La emoción del enfado

Es bastante frecuente que en programas de coaching, escuelas de negocios, programas in-company, clases magistrales o conferencias, los formadores, coaches o conferenciantes, se refieran a la ira/rabia como una de las emociones básicas, llevando al enfado, el verdadero protagonista del restablecimiento de la dignidad, la rectitud y la legitimidad de la existencia de cualquier ser humano a un lugar en el que pasa desapercibido y es ignorado.

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Me pasa lo mismo que me pasaba cuando estudiaba marketing y administración de empresas, hace ahora veinte años. En aquella ocasión me dijeron: “la forma más barata de publicidad es el boca-oído”. Carlos, nuestro profesor de Fundamentos de Marketing, insistió un par de veces… ¡¡¡boca-oído!!! …el que diga boca-boca, no sabe de lo que habla ni ha reflexionado nunca sobre el proceso de la comunicación entre personas. El boca-boca lo realizamos exclusivamente en las maniobras de reanimación, sentenciaba con contundencia.

La palabra reanimar viene de “re” (volver, otra vez) y “ánima” (alma), reanimar significa volver a poner el alma, devolver el alma al que parece que la ha perdido –está moribundo-.

Cualquier emoción experimentada por una persona, le indica que tiene una necesidad o llamada en el alma que debe atender: la “moción”. Esa es la función de las emociones. La tristeza nos avisa de la necesidad de volver al interior (al alma) para amarnos a nosotros mismos y recuperar la sensación de plenitud propia -suele estar asociada a una pérdida-; el asco nos avisa de la necesidad de rechazar algo tras comprobar que nos genera una sensación de desagrado (en el alma) de muy difícil acogida; el miedo es la necesidad de recuperar la sensación de seguridad interior perdida (la del alma) por un acontecimiento externo o por una situación que se escapa de nuestro control; la sorpresa es la necesidad de averiguar más y cómo ajustar nuestra reacción (desde el alma) ante algo inesperado o sobre algo que desconocemos; la alegría es la necesidad de compartir la plenitud y serenidad interior (la del alma) para expandirla a otras personas y, con ello, hacerla mayor y duradera; y, finalmente, el enfado, que es la necesidad de mostrar la incomodidad por una situación o persona que nos genera un desequilibrio de afecto (en el alma) para restaurarlo junto a la dignidad propia perdida.

El denominador común de todas estas emociones es la manera en que nos invitan a mirar hacia el interior, a observarnos, a cuidarnos. Nos plantean la necesidad de amarnos a nosotros mismos y procurarnos “auto atención” en las distintas situaciones que vivimos. Las emociones nos ayudan a vivir porque son constructivas. La rabia y la ira son destructivas y van en contra de la integridad humana.

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La rabia, es propia de los animales, sobre todo de los canes, y se contagia al hombre por la saliva en del mordisco. Al igual que la rabia, la ira está directamente asociada a comportamientos de perdida de control sobre uno mismo con intención destructiva. La rabia y la ira, inducen a la venganza. Una persona rabiosa o iracunda, es rehén de su propio comportamiento, el cual le domina.

Cuando algo nos desata la ira, tenemos una profunda tristeza que, queremos compensar con una satisfacción externa inmediata. ¿Y cómo nos satisfacemos? Con un comportamiento de venganza, que a su vez nos proporciona más tristeza, la cual deseamos compensar nuevamente, entrando así en un sin sentido que nos aleja de la esencia del ser, nos aparta de nosotros mismos y nos lanza hacia los demás con toda la capacidad destructiva que tengamos en el interior. La ira, esta envuelta en odio y transmite miedo; odio hacia uno mismo y miedo a lo que los demás nos puedan hacer sentir. Daña nuestra autoestima y nos aleja de los demás, abocándonos a la soledad y el aislamiento.

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El enfado, entendido como una emoción legitima que nos indica algo sobre nosotros mismos, nos aproxima a nuestro ser, a nuestra alma, nos ayuda a reencontrarnos con nuestra dignidad y se convierte en un puente para volver a «amarnos en virtud» a través de la relación de petición de equilibrio con los demás, desde el respeto a uno mismo y a los otros. Es pues, un constructor de autoestima y de legítima existencia. Para enfadarse “bien” es necesario tener muy claros los valores. El enfado es una expresión de amor (a = sin; mor = muerte) a uno mismo y a los demás. El enfado invita a “rectificar”, es decir, contribuye a restablecer un comportamiento recto, y la rectitud es sinónimo de amor y de valores. Su característica es de respeto a uno mismo (amor propio) para el restablecimiento del respeto de los demás y con los demás (amor con otros).

La ira/rabia, nos aleja de la rectitud, nos deforma, nos desvirtúa y desde luego, poco tiene que ver con el amor. La rabia/ira, urde para la venganza, es cobarde e imprevisible. En la medida en que un enfado se nos va de las manos y se convierte en rabia/ira, nos convierte en seres oscuros y nos deforma hasta matarnos en vida por perder el control de nuestra existencia, aunque sea momentáneamente.

Petición: como amamos la profesión que ejercemos, como amamos el proceso de crecimiento de los coachees a los que acompañamos, como amamos nuestra propia rectitud en el desempeño, como amamos el ámbito emocional de las personas con las que trabajamos, seamos inteligentes y hablemos de enfado… algo que digo enfadado… porque amo mi profesión.

Un abrazo y gracias por tu tiempo.

Borja Milans del Bosch (Socio-Fundador de Coaching360)




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